viernes, 17 de agosto de 2012

Fête.


Se conocieron en la fiesta de alguien que ninguno de los dos sabía quién era. El lugar era tan elegante que hasta se podía comparar con la pureza misma. Iluminado en todas partes, y tan espacioso como un bosque. Pero la falsedad y la hipocresía eran las protagonistas principales.
Ella se codeaba con todos allí. A pesar de no conocerlos. Le encantaba presumir sus logros, y su nuevo cuerpo, sus ojos verdes y sus perfectos rulos. Las palabras le salían tan fácil que la volvían cada vez menos interesante y más insoportable, pero irresistible.
Él no sabía ni siquiera por qué había sido invitado. Tampoco conocía a nadie, caminaba solo, pensativo y distraído por el lugar, con una copa de champagne que se llenaba y vaciaba cada dos minutos. 
Casi al terminar la velada, ambos salieron del lugar a tomar un poco de aire. Ella porque se había cansado de hablar de todos los lugares a los que había viajado y de lo perfecto que le había quedado ese retoque en la nariz, y él porque se había mareado de tantas idas y vueltas con esa copa. Caminando sin mirar, se chocaron y cayeron. Pero no les molestó, al contrario, no pudieron dejar de mirarse y reir a carcajadas. 
Ella se percató de cada linea que se formaban en su rostro, le recordaba al último hombre con el que había estado en su cama, al cual estafó robándole su amor de una noche junto con su dinero.
Él se dió cuenta que le faltaba una muela, pero aún así su sonrisa era hermosa. Su rostro era perfecto, artificial, pero perfecto. Le recordaba al amor de su vida, que lo había abandonado en la estación porque se había cansado de que fuera tan rico de alma y pobre de bolsillo. 
Se levantaron y comenzaron a caminar juntos, siempre mirándose a los ojos y riendo. Aunque no coincidían en nada, ni les interesaba lo que el otro decía. No tenían nada en común; sin embargo, les encantaba el hecho de haberse encontrado.

- ¿A qué te dedicás? Le dijo él.
- Tengo un negocio, uno entre las piernas. Respondió con una mirada pícara pero segura. 

La miró avergonzado por la respuesta pero siguió hablando de otro tema pasando eso por encima. A ella le sorprendió que lo haya ignorado. Entonces le preguntó por qué lo había hecho. A lo que le murmuró al oído:

-No me interesa. Ambos sabemos que no nos volveremos a ver.  

Ella sonrió, le dio un beso en la mejilla y se fue otra vez a la fiesta. Con el corazón desilucionado, pero consciente de que ese hombre no iba a ser aquel que estuviera a su lado cada día para llenarle el alma y hacerla feliz. No le gustaba para nada, pero la hacía reir. 
Él se fue del lugar sin ningún prejuicio, tan feliz por haberse animado a hablar con una mujer nuevamente. Para su suerte, no logró acostarse con ella, quería, aunque le causaba tal desagrado.

Sólo tenían algo que los unía. Su pasado los lastimaba.

Macarena Santillán.

Fête.


Se conocieron en la fiesta de alguien que ninguno de los dos sabía quién era. El lugar era tan elegante que hasta se podía comparar con la pureza misma. Iluminado en todas partes, y tan espacioso como un bosque. Pero la falsedad y la hipocresía eran las protagonistas principales.
Ella se codeaba con todos allí. A pesar de no conocerlos. Le encantaba presumir sus logros, y su nuevo cuerpo, sus ojos verdes y sus perfectos rulos. Las palabras le salían tan fácil que la volvían cada vez menos interesante y más insoportable, pero irresistible.
Él no sabía ni siquiera por qué había sido invitado. Tampoco conocía a nadie, caminaba solo, pensativo y distraído por el lugar, con una copa de champagne que se llenaba y vaciaba cada dos minutos. 
Casi al terminar la velada, ambos salieron del lugar a tomar un poco de aire. Ella porque se había cansado de hablar de todos los lugares a los que había viajado y de lo perfecto que le había quedado ese retoque en la nariz, y él porque se había mareado de tantas idas y vueltas con esa copa. Caminando sin mirar, se chocaron y cayeron. Pero no les molestó, al contrario, no pudieron dejar de mirarse y reir a carcajadas. 
Ella se percató de cada linea que se formaban en su rostro, le recordaba al último hombre con el que había estado en su cama, al cual estafó robándole su amor de una noche junto con su dinero.
Él se dió cuenta que le faltaba una muela, pero aún así su sonrisa era hermosa. Su rostro era perfecto, artificial, pero perfecto. Le recordaba al amor de su vida, que lo había abandonado en la estación porque se había cansado de que fuera tan rico de alma y pobre de bolsillo. 
Se levantaron y comenzaron a caminar juntos, siempre mirándose a los ojos y riendo. Aunque no coincidían en nada, ni les interesaba lo que el otro decía. No tenían nada en común; sin embargo, les encantaba el hecho de haberse encontrado.

- ¿A qué te dedicás? Le dijo él.
- Tengo un negocio, uno entre las piernas. Respondió con una mirada pícara pero segura. 

La miró avergonzado por la respuesta pero siguió hablando de otro tema pasando eso por encima. A ella le sorprendió que lo haya ignorado. Entonces le preguntó por qué lo había hecho. A lo que le murmuró al oído:

-No me interesa. Ambos sabemos que no nos volveremos a ver.  

Ella sonrió, le dio un beso en la mejilla y se fue otra vez a la fiesta. Con el corazón desilucionado, pero consciente de que ese hombre no iba a ser aquel que estuviera a su lado cada día para llenarle el alma y hacerla feliz. No le gustaba para nada, pero la hacía reir. 
Él se fue del lugar sin ningún prejuicio, tan feliz por haberse animado a hablar con una mujer nuevamente. Para su suerte, no logró acostarse con ella, quería, aunque le causaba tal desagrado.

Sólo tenían algo que los unía. Su pasado los lastimaba.

Macarena Santillán.